El miedo en los lugares alejados de la influencia sajona, como en los de influencia hispana, ofrece un matiz que enriquece la literatura de género. En estos cinco autores se ofrecen historias plagadas de calor local que nos hacen comprender que lo que causa terror en una cultura, en otra tal vez no tanto.
El último relato de Ambrose Bierce, de Luis G. Abbadie
El escritor norteamericano Ambrose Bierce desaparece en nuestro país luego de que decide integrarse a la Revolución Mexicana. Lo que sucede con él es desvelado en este libro, en el que los límites entre leyenda y realidad desaparecen para convertirse en una puerta a un mundo oscuro, de estrellas negras y viejos horrores, dejando abierta un portal que amenaza con desaparecerlo todo. Con notable influencia de Chambers, el propio Bierce y desde luego, Lovecraft, este libro es una apuesta por incluir rasgos locales al terror cósmico. Abbadie es todo un personaje en el bajío, además de ser escritor es investigador especializado en literatura de horror, paganismo y seudobibliografía.
La sonámbula, de Bibiana Camacho
En este conjunto de cuentos que van del terror al estupor, lo que produce miedo es lo cotidiano, la vejez, la gente de la calle, el cambiarse de casa y los pequeños momentos en que vemos la muerte de cerca. En todos ellos hay una sensación de extrañeza, de ver el mundo con otros ojos y darnos miedo. Sus historias se adentran en los terrenos de los bajos fondos y los giros fantásticos, alumbran las grisuras de la cotidianidad al tiempo que advierte al hombre acerca de apocalipsis bien merecidos pero misteriosos. Esta propuesta señala las circunstancias de la gran ciudad como el origen del pesar y la violencia que cercan a los personajes -hacinamiento, desempleo, contaminación, necesidad-, al tiempo que nos invita a recorrer de nuevo esas calles a diario transitadas, pero esta vez con los sentidos bien abiertos.
Nuestro mundo muerto, de Liliana Colanzi
Una mujer en una misión de colonización en Marte, otra esperando a su amante en un hotel de París, un joven poseído por el impulso asesino de un indio mataco, son algunos de los personajes que habitan estos cuentos, en los que la fantasía se diluye en terror y suspenso. Liliana Colanzi ubica al lector en el umbral de varios mundos: lo terrenal y lo fantástico, la ciencia ficción y la imaginería indígena, el recuerdo y la pesadilla. Haciendo de sus cuentos espacios en los que operan lo mismo cantos rurales que testimonios de estudios etnográficos.
Mar negro, de Bernardo Esquinca
¿La vida en la tierra sólo puede evolucionar, o también mutar en creaturas amenazantes propias de la prehistoria y del horror? ¿El amor es motivo suficiente para traer a un hombre de regreso de la muerte? ¿Es verdad lo que creemos sobre la Luna, o nuestro satélite natural encarna un misterio irresoluble en el cielo terrestre? ¿Los juguetes infantiles pueden convertirse en mensajeros de furiosas maldiciones? En esta nueva colección de cuentos de Bernardo Esquinca se reafirma como uno de los grandes cuentistas mexicanos, que además, tiene vasos comunicantes con autores fuera del ecosistema de Hispanoamérica. Sus influencias se encuentran lo mismo en Stephen King que en Ballard.
Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enriquez
En este conjunto de cuentos las autodenominadas “mujeres ardientes”, que protestan contra una forma extrema de violencia doméstica que se ha vuelto viral; una estudiante que se arranca las uñas y las pestañas, y otra que intenta ayudarla; los años de apagones dictados por el gobierno durante los cuales se intoxican tres amigas que lo serán hasta que la muerte las separe; el famoso asesino en serie llamado Petiso Orejudo, que sólo tenía nueve años; hikikomori, magia negra, los celos, el desamor, supersticiones rurales, edificios abandonados o encantados… En estos once cuentos el lector se ve obligado a olvidarse de sí mismo para seguir las peripecias e investigaciones de cuerpos que desaparecen o bien reaparecen en el momento menos esperado. Ya sea una trabajadora social, una policía o un guía turístico, los protagonistas luchan por apadrinar a seres socialmente invisibles, indagando así en el peso de la culpa, la compasión, la crueldad, las dificultades de la convivencia, y en un terror tan hondo como verosímil.
Deja una respuesta