Las anotaciones directas en los cuadernos, hechas sin mucho reflexionar, siempre nos brindan grandes revelaciones de los autores, no dejan entrever lo que sentían, que dolor tenían o que gozo estaban experimentando. Los diarios, ya sean de viaje o no, nos permiten ver a la persona de otra forma. Por eso, esta semana les traemos cinco de ellos.
Diarios, de John Cheever
John Cheever dejó al morir veintinueve cuadernos de notas y el deseo explícito de que esos diarios, redactados durante más de tres décadas, fueran publicados póstumamente. El autor confió a sus hijos y a su editor la gestión de miles de hojas originariamente escritas sin pensar en su publicación. Estos textos vieron la luz cuando pocos podían imaginar la angustia que corroía al gran autor norteamericano. Incapaz de escribir sin encontrarse a sí mismo en cada línea, sus ambigüedades cruzan cada una de las páginas en las que registró su día a día buscando material para sus ficciones y para encauzar su propia vida. Estos son, sin duda, sus textos más íntimos, los que le acompañaron durante toda una vida luchando por ahogar sus deseos y guardar las apariencias.
Diario 1953-1969, de Witold Gombrowicz
El Diario de Witold Gombrowicz no recuerda en nada a los estereotipados diarios de escritor, es decir, a las obras que desempeñan el papel de crónica de los acontecimientos de la vida de un artista, de dietario intelectual. Este diario es una obra literaria en pleno sentido del término, considerada por muchos expertos como el mayor logro de su autor. Creado en el espacio de dieciséis años, el Diario fue construido conscientemente; cada uno de sus capítulos constituye un todo elaborado primero para su publicación en la revista mensual Kultura y modificado posteriormente para pasar a convertirse en un elemento de la composición final. Así, no es una relación caótica de acontecimientos, sino un proyecto de autocreación, de modelado del personaje y de la propia biografía para disfrute del lector.
Diario de Bergen-Belsen 1944-1945, de Hanna Levy-Hass
Hanna, una maestra judía yugoslava que colaboraba con los partisanos, fue deportada al campo de Bergen-Belsen en 1944. Allí, sobra decir en qué condiciones, consiguió anotar sus impresiones de la vida (muerte más bien) en el campo con una lucidez asombrosa. Sus apenas noventa páginas tienen una extraordinaria enjundia: nos hablan de la degradación en circunstancias degradantes, de la sevicia de los verdugos, de la inconcebible miseria cotidiana (material y moral). Es conmovedor leer estas reflexiones hechas en medio del horror y que nos revelan mucho sobre la naturaleza humana. Ella, una maestra en quien coexistían sentimientos y vivencias en tanto yugoslava, judía y comunista, una mujer que creía que el proceso histórico, la voluntad de las personas y la actividad consciente de éstas conducirían finalmente a una sociedad justa e igualitaria, había sido despojada de todo, humillada y vejada como ser humano.
Diarios (1895-1910), de Lev Tolstói
Los últimos años de la vida del conde Lev Tolstói se vieron marcados por la muerte de Vániechka, el menor y más querido de sus hijos, la excomunión y, finalmente, la huida de su casa de Yásnaia Polaina, a los ochenta y dos años, provocada por un matrimonio insostenible. Como en su juventud, también en su vejez Tolstói confería a su diario un lugar primordial, ya que estaba convencido de que éste le permitía profundizar y lo obligaba a la sinceridad, a la franqueza y a la honradez consigo mismo. Cuando se escribe un diario decía uno percibe de inmediato cualquier cosa que sea falsa. Con el paso del tiempo, los diarios de Tolstói se fueron convirtiendo en un crisol de sus doctrinas filosóficas y morales; sin embargo, los elementos íntimos, personales, no destinados a ser leídos por otros, nunca dejaron de estar presentes, entrelazándose con reflexiones y juicios abiertamente destinados a ser difundidos. La magnífica selección de Selma Ancira anima la lectura, amena, instructiva y apasionante, de los últimos años de la vida de Lev Tolstói en la intensa Rusia prerrevolucionaria.
Diarios, de Kurt Cobain
Kurt Cobain, vocalista y compositor del trío Nirvana, desde los años ochenta hasta mediados de los noventa llevó un diario donde plasmó sus pensamientos más íntimos. En estas páginas se dan a conocer, de un modo descarnado, los primeros pasos en su carrera profesional, su angustia frente a la fama, los problemas con la adicción a la heroína, la depresión y la compleja relación con su mujer, Courtney Love, y su hija. Entre cartas, dibujos, comentarios humorísticos y esbozos de letras de canciones estos diarios dan forma a la que fue durante una época la estrella más grande del panorama musical. Kurt Cobain, una figura escuálida de la ciudad de Aberdeen, Seattle, se convirtió en un Mesías del sufrimiento y la rabia, la perfecta representación del espíritu rebelde, del marginal atractivo, de un millonario punk; una contradicción que convirtió su existencia en algo insostenible.
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