Lo dice uno de los periodistas más respetados del mundo, Ryszard Kapuscinski , “…el viaje no empieza cuando nos ponemos en camino ni acaba cuando alcanzamos el destino… el viaje es, en el fondo, una enfermedad incurable”. En este breve listado reunimos a cinco escritores aquejados de este mal, el de no poder parar y vivir en el viaje perpetuo, narradores que han plasmado en papel todas sus experiencias alrededor del mundo.

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En la Patagonia de Bruce Chatwin

Chatwin es uno de los grandes escritores viajeros que han existido. En este, el primero de sus libros, cortó todo nexo con el Sunday Times Magazine, el periódico dodne laboraba, con un simple telegrama: me voy a la Patagonia y ahí  estuvo seis meses.  Cuando era niño, en su casa, un tío suyo le había enviado a su abuela un trozo de piel de “brontosaurio” encontrado en una cueva de la Argentina. Ese pedazo de piel resultó ser en realidad de un Milodonte, pero esa mentira serviría tiempo después como detonante para su viaje. Chatwin es un viajero desenfado, que busca hablar con las personas y perseguir mitos como el de Bucht Cassidy y Sundance Kid, quienes se dice, murieron en las pampas argentinas. Chatwin deja hablar a los peculiares personajes con los que se topa y nos brinda una visión más allá del típico turista que no se sale de la ruta de trazada.

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Viajes en la América ignota de Jorge Ibargüengoitia

En este libro se reúnen las crónicas que realizara Jorge Ibargüengoitia durante sus viajes a Latinoamérica. En ellas el guanajuatense hace gala de su humor y su agudeza para revelar el sentir de una región que no se da cuenta de su gusto por ser colonizados, lo cual se refleja en una serie de contradicciones. Nos narra el día a día en una ciudad norteamericana y como los latinos se hacen ver en esa región. Además, muestra la demagogia del régimen cubano, cuando todavía era bien visto en el mundo. En todas las crónicas reunidas aquí hay una mirada muy aguda a las formas de comportamiento, pero principalmente al latinoamericano que quiere insertarse muy a la fuerza en el mundo moderno, pero sin dejar atrás la carga del pasado. Es pues, Ibargüengoitia en estado puro.

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Viajes con Heródoto de Ryszard Kapuscinski

Tomando como inspiración los nueve libros de la Historia de Herodoto, Kapuscinski inicia un viaje en el que el espíritu del griego lo acompaña. Este libro son en realidad dos viajes en distintos tiempos, debido a los paralelismos en ambos autores. Herodoto nos cuenta sobre lo que él consideraba “el mundo”, mientras que Kapuscinski se centra en los detalles locales, ya que él conoce «el mundo» de otra forma. El periodista nos regala detalles narrativos contados con total intensidad literaria por la cual se hizo famoso y muy querido.

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Tierra de primavera de B. Traven

El misterio que fue la vida de B. Traven no ha eclipsado su gran obra literaria. Este libro es uno de esos grandes hallazgos; en él hace un retrato de un lugar en plan ebullición como lo era el México postrevolucionario. Traven llega en el verano de 1924, exiliado de Alemania y desembarca en el puerto de Tampico. Ahí realizaría todo tipo de empleos: petrolero, granjero, pizcador de tomate y algodón, obrero, cazador, comerciante, profesor, que lo llevarían a conocer de primera mano el sentir de la gente indígena, principalmente. Con un entendimiento alejado de prejuicios morales o de raza, Traven le habla al lector europeo, a quien tenía en mente, para explicarle una forma de vida muy diferente a la suya. Es interesante cómo describe lo que es un “atole”, narrando la manera en que la bebida es consumida por la gente. «Espero haber podido mostrar al lector de este libro que el indígena sigue vivo y que ha comenzado a intervenir en el mundo político», dice el autor.

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En el país de los dioses: Relatos de viaje por el Japón de Lefcardio Hearn

En estas crónicas el infatigable viajero Lafcadio Hearn nos conduce a uno de los países más enigmáticos y más cerrados del mundo. Hearn es un europeo, de madre griega y padre inglés, que viajó por el mundo y aprendió varios idiomas, pero sería en Japón donde se estacionaría. Debido a su peculiar existencia, (perdió un ojo e iba a dedicarse al servicio eclesiástico, además de hablar francés y español), pudo explicar de mejor forma el cerrado mundo japonés de la era meiji, que fue un punto de inflexión en el que occidente se interesó en oriente. Su particular historia lo hizo encajar en el sentir japonés. A través de sus crónicas uno entiende el intrincado tinglado de dioses, creencias y costumbres milenarias, que son completamente distintas al del mundo judeo-cristiano. En este primer libro, de los 12 que escribió, nos comparte su fascinación por el país y sus primeras impresiones.

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