Hay escritores que son imposibles de meter en un saco junto a tantos otros. Autores que no podemos asirlos por más que lo intentemos. Sus narrativas bordean lo mismo el relato fantástico, el terror, el cuento policiaco, el surrealismo o la más burda y socarrona parodia. Este es un puñado de narradores, todos hispanoamericanos, que han creado sus obra en las márgenes de lo que estaba de moda mientras ellos vivían, gente que ha creado un género para ellos mismos.
Catalán de nacimiento pero debido a la guerra civil española, llegó a nuestro país y se nacionalizó mexicano. Fue amigo de Luis Buñuel, quién incluso prologó algunos de sus libros. Además de narrador, incursionó como guionista y dramaturgo. Tal vez su trabajo más conocido sea la película Historias Violentas basada en cinco relatos suyos. Sus cuentos rayan en lo fantástico. En Chocolate, por ejemplo, un hombre se pierde en una extraña fabrica que emana chocolate por todos lados, pero la forma en que lo narra lo semeja más a sangre coagulada que al dulce, creando un extraño cuento de terror claustrofóbico. Miret, pese a tener gran amistad con cineastas e intelectuales de la época nunca gozó del reconocimiento ya que su narrativa no cuadraba con la idea de literatura realista que permeaba en su momento. Sus libros no habían sido reeditados hasta hace poco que lo hizo Editorial Filo de Caballos.
Mariol Levrero era un escritor uruguayo muy particular, bromista y de una gran inteligencia. Narra su colega, Rafael Courtoisie, que lo fue a entrevistar cuando él era muy joven y el uruguayo le aseguro, apenas se presentó, que podía leerle la mente. Lo que no sabía Courtoisie es que Levrero lo había investigado a profundidad y por eso conocía muchos datos sobre él, todo con el fin de poderle jugar la broma. Nacido como Jorge Mario Varlotta Levrero, se desdoblaba en dos personas, Jorge Varlotta y en Mario Levrero. Sus novelas y cuentos juegan lo mismo con los géneros y con su propia vida, siempre desacralizando el oficio narrativo. Por ejemplo, La novela luminosa es en realidad un juego narrativo de autobiografía en la que va discurriendo lo que le viene a la cabeza. Por otro lado, en Dejen todo en mis manos, toma el género policial y lo convierte en una parodia de si mismo. En La banda del ciempiés y Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo, echa mano de una crueldad que acaba siempre rompiéndose por las situaciones chuscas o por las reflexiones fuera de lugar que el narrador introduce.
Parece ser que en ese “paisito”, como le dicen los uruguayos cariñosamente a su nación, hay mucho talento. Felisberto Hernández fue pianista de gran capacidad, aunque a los veinte años abandona la música y se dedica a escribir, no sin antes inventar un sistema de taquigrafía. Su vida misma sería digna de una novela, ya que él, anticomunista furibundo, se casaría sin saberlo, con una espía soviética. Sus primeros cuentos siguen una fórmula muy francesa de escritura, pero sería en su segunda etapa en que comenzaría a crear un mundo muy particular, mezcla de ciencia ficción, juegos de lenguaje y un poco de locura. En su cuento más conocido, Las Hortensias, narra la vida de un coleccionista de muñecas sexuales.
Emiliano González
Sin duda uno de esos autores a los que la crítica y el ninguneo acabaron por sepultar. A sus 23 años de edad, se hacía notar en el medio literario mexicano con un libro sorprendente por su manufactura: Los sueños de la Bella Durmiente. En él echaba mano una gran inteligencia y de un gran conocimiento del cuento fantástico latinoamericano y europeo. En ese breve volumen se podía encontrar sexualidad adolescente, misterio, terror y una sensación de desazón. Fanático del género del horror, compiló en el 73 la antología Miedo en castellano, en el que reunía 28 relatos de Latinoamérica y España.
Hijo de inmigrantes centroeuropeos pobres llegados a la Argentina, Roberto Arlt creció entre la pobreza y la marginaldiad. Fue expulsado de la escuela a los ocho años y se volvió autodidacta. Así que desempeñó múltiples oficios: fue ayudante en una biblioteca, pintor, mecánico, soldador, trabajador portuario y manejó una fábrica de ladrillos. Artl trabajó también como periodista y cronista, de donde salieron muchas historias de crimen y de los bajos fondos de Buenos Aires. Sus libros, si bien toman las claves del relato policiaco, se decantan por vericuetos existencialistas donde la acción y la violencia revelan la vida dura que le tocó vivir.
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