En esta lista encontramos a personas dotadas de genialidad pero con severos problemas mentales, que los llevaban a deprimirse o bien, a buscar en los excesos de alcohol y drogas paliativos para seguir viviendo. Hombres y mujeres que nacieron con una disposición genética para caer en melancolía o que no podían controlar sus ataques de furia. Aquí cinco autores y autoras que sufrieron enfermedades mentales durante toda su vida.
A muy temprana edad sufrió de abuso sexual y según coinciden sus biógrafos, era la razón por la cual sufrió ataques de nervios en la adolescencia. Después de terminar su última novela, Entre actos, Wolf cayó en una demoledora depresión. Además, el ambiente general en la Europa de aquellos años no era propicia para tener muchas esperanzas. Woolf había perdido su casa en Londres debido a la Segunda Guerra Mundial y sus libros recientes habían tenido una mala recepción. Su salud era precaria y se dejó devorar por la enfermedad orillándola al suicidio. Un día se metió en un río cerca de su casa y se dejó morir.
Phillip K. Dick vivió una época en que las drogas alucinógenas eran cosas de todos los días. La gente buscaba extender el sentido de la realidad a través de ellas. Sin embargo, Dick fue más allá, intoxicándose tanto que incluso dudó de la realidad y de sí mismo. La mayoría de sus historias siempre ponían en jaque la certeza de lo que podemos llamar real. Ningún doctor se lo diagnosticó pero Dick creía ser esquizoide, lo que aunado a sus adicciones, le creaba crisis severas. El fallecimiento de su hermana melliza a muy temprana edad le produjo una constante recuerdo falso de un gemelo fantasma. La muerte le sobrevino un día que fue abrir la puerta y el aire le dio de golpe, produciéndole un coágulo en el cerebro, fulminante.
El gran dramaturgo norteamericano sufría de trastorno bipolar, que era un mal de familia. Su hermana también lo sufría, razón por la que pasó la mayor parte de su vida en hospitales psiquiátricos. Algún médico le hizo una lobotomía que la dejó incapacitada de por vida. La experiencia de su hermana le hizo temer la misma suerte, razón por la cual se volvió un consumidor sin medida de drogas y alcohol. A esa vida entre el éxito y el desprecio, por su condición homosexual, vino a sumarse la pérdida de su compañero sentimental lo cual lo hizo tocar fondo. Varias veces acabó hospitalizado hasta el final de su vida.
Se presumía que Plath sufría de trastorno bipolar, aunque nunca fue diagnostica. Mucha gente creía que su depresión constante era debido a la muerte de su padre y a su madre demasiado perfeccionista. Sin embargo, sus intentos de suicidio proviene desde muy corta edad. En su primer año de universidad, luego de uno de ellos, fue recluida en una institución psiquiátrica en donde le administraron terapia de electroshocks. Su vida fue una constante pelea para mantenerse a flote hasta que en 1963 decidió meter su cabeza en el horno y morir.
Con su eterno paliacate en la cabeza, Foster Wallce se volvió un ícono de una nueva generación que ya no conoció en vida a Sallinger, Truman Capote o Hemingway. Wallace publicaba en las mejores revistas de ese momento y sus dos novelas terminadas, La escoba del sistema y La broma infinita, le granjearon los elogios de la crítica. Pese al éxito sufría de una depresión crónica desde hacía más de 20 años. Su médico le recetaba terapias de choque y Fenelzina. El medicamento lo mantenía productivo los efectos pero secundarios eran terribles, incluidos dolores de cabeza muy fuertes.
9 abril, 2017 at 12:04 am
LA NATURALEZA HUMANA IMPREDECIBLE, LAS VIVENCIAS PROPIAS Y AJENAS QUE SE COMPARTEN NOS DEJAN HUELLAS, CONSECUENCIAS, Y SI LAS MANEJAMOS POSITIVAMENTE, CRECEMOS, SI NO LAS SUPERAMOS O EVADIMOS, NOS PONEN EN CONFLICTO CON NOSOTROS MISMOS Y EL RIESGO DE UNA MUERTE PROPIA Y ANTICIPADA ES LATENTE.
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1 mayo, 2017 at 7:35 pm
Philip K Dick es mi papi. Mi escritor favorito. Y le tengo el ojo a David Foster Wallace. Pronto me pondré al día con él. Un abrazo ❤
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