Alberto Chimal es un prolífico escritor mexicano que divide su trabajo en la difusión de lo que él llama “literatura de la imaginación” y la creación de su propia obra. Administra el portal Las historias Ha publicado la novela La Torre y el jardín y Los esclavos, además de múltiples libros de cuentos, ya sea como autor o como antologador. Desde Festival de la Palabra en Lima, Perú, evento al que fue invitado, nos contestó vía electrónica cuáles son los libros que esperan en su mesa para leer.
Tengo más de cinco libros esperándome en la mesa más cercana, pero los que están más arriba en el montón son éstos:
Raymond Queneau, Obras completas de Sally Mara (Blackie Books). Queneau es del grupo de autores que más cercano me resulta: le importa más el juego, el placer de las palabras, que el éxito. Y aquí se inventa un heterónimo: una autora escocesa y (me dicen) muy deslenguada y cómica.
Roxana Miranda Rupailaf, Shumpall (Kütral451). Estoy en un festival literario en Perú, donde conocí a esta poeta chilena que escribe en español y mapuche. La escuché leer en vivo de este libro, y los poemas eran una incantación, dicha con ritmo constante y poderoso, en la que se unían lo mítico y lo erótico.
Scott McCloud, Reinventing Comics (Morrow). A McCloud, historietista y gran teórico del cómic, lo leí en los noventa con el volumen que antecede a éste: Understanding Comics. Aquí, según sé, quiso hablar de todo lo que puede ser la historieta en el siglo XXI. A ver si le hemos hecho caso.
Jane Bowles, Placeres sencillos (Anagrama). El único libro de cuentos de Jane Bowles, autora estadounidense “rara” y parca a la que suele mencionarse en relación con su marido. No lo haré aquí: quiero descubrir qué hay en sus textos que le ganó elogios de muchos de sus colegas durante el siglo XX.
Hebe Uhart, Relatos reunidos (Alfaguara). Tengo que admitir que no he leído nada todavía de esta escritora argentina, a quien también conocí en Perú y es –además de una figura muy celebrada de su país– una mujer inteligentísima, capaz de un freestyling oral que ya quisieran personas con la mitad de sus años.
¿Por qué nos hacemos de libros a sabiendas de que probablemente no podamos terminarlos todos? No es “por estatus”, como a veces se dice (las élites de este país, en el fondo, odian la lectura) sino por algo más simple. Cada libro es una promesa: la de una experiencia que nos falta pero que tal vez llegaremos a tener. Una que hará crecer un poco los márgenes de nuestra vida. El fanático del equipo que siempre pierde (el Atlas, digamos) hace lo mismo: a falta de alicientes en la realidad, lo improbable o lo imposible le ayudan a justificar un poco su existencia.
De esta manera Alberto Chimal nos hace recordar que somos acumuladores de libros, es decir de promesas. ¿Cuál te dieron ganas de leer?
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